Friday, September 2, 2011

Why We Shouldn't Be Afraid of Eucharistic Adoration



Por qué no debemos tener miedo a la Adoración Eucarística
P. Robert Barron
Hace sólo unas semanas, el teólogo de Notre Dame P. Richard McBrien expuso una aguda crítica a la práctica de la adoración eucarística, lamentando amargamente su resurgimiento en la vida de la Iglesia. “Resulta difícil,” afirma, “hablar favorablemente sobre esa devoción en la actualidad.” Su argumento principal contra la adoración eucarística es que esa práctica se basa en una teología ingenua y cuestionable que separa a la eucaristía de su contexto apropiado dentro de la liturgia. Aunque la adoración pueda haber sido entendible en épocas más primitivas, “ahora que los católicos son más cultos y están bien educados, la misa se hace en el idioma de la gente… y sus rituales son relativamente fáciles de comprender y seguir, no hay necesidad de devociones eucarísticas extrañas. McBrien concluye con lo siguiente: “La adoración eucarística… es un paso atrás doctrinal, teológica y espiritualmente.” En resumen, aquellos que se toman la molestia de adorar el Santísimo Sacramento son (pobrecitos) gente no muy inteligente.
En los años cuarenta y cincuenta, cuando se quedaba en su casa de París, un hombre con un pequeño bigote atravesaba Montmartre, lo hacía cada noche, dirigiéndose a la iglesia de Sacre Coeur. Una vez instalado en su banco, se arrodillaba y participaba en la adoración del Santísimo Sacramento durante toda la noche. Su nombre era Jacques Maritain, y fue uno de los filósofos católicos más destacados del siglo XX. Junto con Etienne Gilson y Martin Grabmann, lideró el renacimiento contemporáneo del tomismo, y su obra maestra Los grados del conocimiento es un tratado sorprendentemente complejo sobre el acto del conocimiento humano. La elegancia y el estilo de sus obras son profundamente admirados por los seguidores de la literatura francesa.
Durante los años veinte una joven mujer alemana, que era profesora en una escuela para maestras, asistía con frecuencia a la iglesia dominicana y se sentaba en una silla ubicada justo en frente del tabernáculo. Allí pasaba horas en silenciosa adoración del Santísimo Sacramento. Su devoción era tan intensa que las religiosas con las que vivía la miraban sorprendidas. El nombre de esa joven mujer era Edith Stein, y fue una de las pensadoras católicas más importantes del siglo pasado. Recibió su doctorado en filosofía bajo la tutoría del gran Edmund Husserl, y en general, ella y Martin Heidegger son reconocidos como los dos discípulos más importantes de Husserl. Escribió una serie de textos que comparaban la fenomenología de su maestro con la filosofía clásica de Santo Tomás de Aquino, y justo antes de su muerte, a manos de los nazis, completó un denso estudio sobre el misticismo de San Juan de la Cruz.
Karol Wojtyla recibió su doctorado en 1946, tras completar un estudio de la ética fenomenológica de Max Scheler. Durante los años cincuenta y sesenta, fue profesor de filosofía moral en la Universidad Católica de Lublin y escribió una cantidad de sofisticados estudios sobre la ética cristiana, incluyendo su obra maestra, Persona y acción. Durante los años setenta, ya como el Cardenal Wojtyla, daba conferencias en todo el mundo, y en 1978 fue elegido Papa. Cuando estaba en Roma, prácticamente cada mañana se arrodillaba frente al Santísimo Sacramento como preparación para su misa diaria. Aquellos que rezaban con él eran testigos de la extraordinaria intensidad de su devoción, que se hacía visible en su rostro y en su cuerpo.
Estos ejemplos de personas extremadamente inteligentes y de alto vuelo teológico que eran asiduas adoradoras de la eucaristía podrían multiplicarse interminablemente: Tomás de Aquino, John Henry Newman, Teilhard de Chardin, Dorothy Day, G.K. Chesterton, Pablo VI, etc., etc. La afirmación de McBrien de que sólo gente sin educación puede dedicarse a esa práctica es insostenible empíricamente. Y su argumento de que la adoración eucarística de alguna manera distrae de la oración central de la misa, aunque ha sido repetido continuamente en el período postconciliar, es igualmente desatinado. En un penetrante ensayo de los años cincuenta, Karl Rahner, uno de los teólogos católicos más significativos del siglo pasado, argumentaba que la eucaristía siempre es un “evento de la palabra”. Cristo se hace realmente presente cuando el sacerdote pronuncia las palabras “éste es mi cuerpo” y “ésta es mi sangre” durante la misa. El Concilio de Trento, nos recuerda Rahner, sostuvo que Cristo está presente vi verborum (por el poder de las palabras). La conclusión a la que arriba Rahner es que Jesús, aun cuando está en el silencio del tabernáculo, está presente “verbalmente”, es decir, en referencia a las palabras consagratorias de la liturgia eucarística. Consecuentemente, el Cristo sacramentalmente presente en el tabernáculo o en la custodia surge de la misa, y nos lleva nuevamente a ella. La “tensión” entre la liturgia y el tabernáculo, en la que insisten tantos teólogos postconciliares, es falsa, y esto se comprueba en el hecho de que aquellos que aman al Señor en forma eucarística en el Santísimo Sacramento suelen ser las personas que sienten más devoción por la misa.
Por lo tanto, aplaudo este renacimiento de la adoración eucarística en tantas parroquias y diócesis, precisamente porque acepto el llamado del Concilio Vaticano II a considerar la liturgia como “la fuente y el punto más alto de la vida cristiana.”
© Fr. Robert Barron
Translated by Catholic Translator
http://catholictranslations.blogspot.com
Originally published in Word on Fire

1 comment:

  1. ¡Muchas gracias por su entrada! La Eucaristía y la Adoración Eucarística, es lo mas grande que tenemos los Cristianos. ES LA VIDA DEL ALMA.
    Dios le bendiga!!!

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